A
mi abuelo, porque las personas más grandes,
se
conforman con las cosas más pequeñas.
Recorrían
las calles tranquilos, esas calles que solo andas para ir a un lugar
específico pero a las que nunca recurrirías como trayecto
rutinario, una generación los separaba, conocían tan solo las
inquietudes más superficiales del otro y sin embargo podían
adivinar cualquier pensamiento. Se acompañaban mutuamente, el camino
se convertía en una confidencia, era largo pero habían decidido
hacerlo andando para recordar esas palabras sin ruido de fondo, con
toda la confianza que 25 años de cariño otorgan. Andaban cabizbajos
pero intentando no perder la ilusión, sabían que el futuro para
ella era incierto, pero se habían jugado mucho. Le dolía tener que
irse. A ella le quedaba tanto por aprender de aquel anciano y a él
le quedaban tantos sueños por ver cumplir, que cuando ella anunció
su ida envejeció su rostro y se encogió su alma.
El
camino transcurría lento, hablaban entrecortado sin enlazar ideas,
pero sin causar un solo silencio incómodo. Tenían la suficiente
confianza como para no tener que explicarlo todo. Ningún “Llámanos
de vez en cuando” ni “Come bien” o “abrígate, que por el
norte hace frío”. No era necesario, ya se lo habían dicho todos,
él quería que llegara a lo más alto.
Cuando
a penas faltaba nada para llegar al aeropuerto, paró y se puso a
llorar, las lágrimas rozaban las comisuras de sus labios y dejaban
sus mejillas marcadas por el negro del rimel.
Entonces
él se dio cuenta de que ella sólo era fuerte en su imaginación,
que realmente necesitaba creer que lo era para dejar que se fuera. La
abrazó fuerte y siguieron caminando.
Al
llegar, ella ya no lloraba le abrazó aún más fuerte y le dijo “Tú
me has hecho y me has formado como persona” él no dijo nada, le
dio un beso en la frente reprimiendo sus ganas de llorar y cuando
estaba a punto de darse la vuelta le contestó “Me has demostrado
que eres valiente, siempre lo has hecho, pero hoy... hace falta serlo
para aparentar que no tienes miedo, para conseguir tranquilizar a los
demás con tu actitud”. Bajó de ese avión llorando como había
subido, pero sin llegar a permitirse mostrarse débil. Lloraba porque
estaba sola pero en realidad no necesitaba a nadie.
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