viernes, 11 de septiembre de 2015

Adiós

A mi abuelo, porque las personas más grandes,
se conforman con las cosas más pequeñas.


Recorrían las calles tranquilos, esas calles que solo andas para ir a un lugar específico pero a las que nunca recurrirías como trayecto rutinario, una generación los separaba, conocían tan solo las inquietudes más superficiales del otro y sin embargo podían adivinar cualquier pensamiento. Se acompañaban mutuamente, el camino se convertía en una confidencia, era largo pero habían decidido hacerlo andando para recordar esas palabras sin ruido de fondo, con toda la confianza que 25 años de cariño otorgan. Andaban cabizbajos pero intentando no perder la ilusión, sabían que el futuro para ella era incierto, pero se habían jugado mucho. Le dolía tener que irse. A ella le quedaba tanto por aprender de aquel anciano y a él le quedaban tantos sueños por ver cumplir, que cuando ella anunció su ida envejeció su rostro y se encogió su alma.
El camino transcurría lento, hablaban entrecortado sin enlazar ideas, pero sin causar un solo silencio incómodo. Tenían la suficiente confianza como para no tener que explicarlo todo. Ningún “Llámanos de vez en cuando” ni “Come bien” o “abrígate, que por el norte hace frío”. No era necesario, ya se lo habían dicho todos, él quería que llegara a lo más alto.
Cuando a penas faltaba nada para llegar al aeropuerto, paró y se puso a llorar, las lágrimas rozaban las comisuras de sus labios y dejaban sus mejillas marcadas por el negro del rimel.
Entonces él se dio cuenta de que ella sólo era fuerte en su imaginación, que realmente necesitaba creer que lo era para dejar que se fuera. La abrazó fuerte y siguieron caminando.
Al llegar, ella ya no lloraba le abrazó aún más fuerte y le dijo “Tú me has hecho y me has formado como persona” él no dijo nada, le dio un beso en la frente reprimiendo sus ganas de llorar y cuando estaba a punto de darse la vuelta le contestó “Me has demostrado que eres valiente, siempre lo has hecho, pero hoy... hace falta serlo para aparentar que no tienes miedo, para conseguir tranquilizar a los demás con tu actitud”. Bajó de ese avión llorando como había subido, pero sin llegar a permitirse mostrarse débil. Lloraba porque estaba sola pero en realidad no necesitaba a nadie.


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